En estos días en los que la Navidad despliega sus últimos aromas para dar paso a un nuevo año, donde todavía resonarán durante un tiempo sus ritmos y sonidos, sus atributos y latidos, no quisiera dejar pasar la oportunidad para agradecer el estimado regalo que un año más supone para Totana impregnarse de la belleza, la ternura, la inestimable catequesis creyente y humana que irradia de los diferentes belenes que con esfuerzo, dedicación, intenso cariño y delicada dulzura se han levantado en nuestra ciudad, manteniendo viva la presencia, el simbolismo, la esencia… de una herencia que ha venido configurando el modo de ser y relacionarse de sus gentes durante siglos.
A menudo, lo cotidiano, la periodicidad de ciertas acciones, lo normalizado de las mismas, despierta en nosotros un momentáneo interés que se eclipsa con cierta fugacidad y que de alguna manera no trasciende de lo puramente emocional, por eso creo necesario ofrecer unas palabras de admiración, respeto y gratitud hacia todos aquellos vecinos de esta tierra, hombres y mujeres, que un año más han preparado con tanto mimo los belenes institucionales, pero también esos otros familiares que llenan de color, vida y mensaje el ámbito doméstico. En ese empeño brilla una luz de esperanza que nos convoca a la alegría, a recrearnos en una etapa histórica, con sus luces y sombras, en el anuncio de amor y justicia que nacía entonces en Belén y que tanto necesita nuestro mundo, un clamor que, despojado de hojarascas, siga comunicando el gran valor de la concordia, de la humildad, la renuncia y la abnegación en favor del entendimiento y la comprensión.
Testimonio del gran calado que tienen estas expresiones se pone de manifiesto en el importante número de personas que visitan durante estos días los belenes, los de acceso público y los de ámbito más familiar y de vecindad. En ambos congrega el afecto, la amistad, así como el apego a tan rico patrimonio.
Ante la imposibilidad de referenciar todos los belenes que se pueden contemplar y disfrutar, es preciso resaltar el desenvuelto, creativo y radiante discurso que emana del Belén Municipal que, estructurado por la inventiva y el genio de Fran Carrillo, es todo un disfrute, tanto en las piezas que lo constituyen, realizadas artesanalmente por él, como en la reflexión narrativa que lo unifica. De igual modo, es muy meritoria la composición escenográfica y didáctica que envuelve al Belén de la parroquia de Santiago, al igual que la proclama que lo significa. Esta minuciosa obra, trenzada con el buen hacer de Eduardo Monserrat, Pedro Navarro, Julio Murcia y las aportaciones del párroco de Santiago, Francisco José Fernández, permite detenerse en multitud de detalles, de persuasivos ambientes, pero también en el criterio solidario que lo impulsa. En esta línea se presenta en entidad y arraigo, en compromiso y coherencia, el Belén de la hermandad de la Verónica, un quehacer que a lo largo de estos últimos años mantiene un alto nivel de exigencia con esta sólida raigambre. En sencilla huella, ceñida de lucidez, se muestra el Nacimiento de la parroquia de Las Tres Avemarías, emblema del que destella una calidez que interpela al corazón.
A todos ellos nuestra enhorabuena, como también a cuantos habéis apostado por seguir "montando el Belén" en vuestro hogar, establecimiento, oficina… continuar en esa trayectoria, pues en esos gestos no solo se renueva año tras año el legado recibido de nuestros mayores, sino que, de un modo principal, cobra vida la sensibilidad, abriendo interrogantes sobre el sentido y el mensaje que acompaña la venida de Jesús, haciendo realidad un camino en el que crece la misericordia, la compasión, la caridad, el perdón…
Juan Cánovas Mulero
